SOBRE LA ANOMALÍA LUNAR
Encontré el siguiente
comentario, escrito por:
Todos, sin excepción, han podido ver estos días en
el hemisferio norte, y particularmente en España, que el cuarto creciente,
además de adelantado a la fecha prevista, tenía forma de “U”, cuestión que sólo
sucedería si España estuviera en el ecuador y no a 42º promedio de latitud. Por otra parte, sabemos que la Luna (al igual que
la Tierra), tiene tres movimientos básicos, traslación,
rotación y libración, siendo que éste último, la inclinación o bamboleo
aparente de la Luna, es aproximadamente de entre 5 y 7º de arco, cosa que al mismo tiempo que hemos podido ver todos
que su ubicación era anormal debido a la luz que reflejaba del sol, ha sido (es, porque todavía puede ser observado a
simple vista u ojo desnudo) coherente con su inclinación o libración aparente,
pudiéndose afirmar que está tumbada a la izquierda unos 42º sobre su
posición natural. Esto,
por sí mismo, implica que sería la Tierra la que ha modificado su
eje de giro, tumbándose 42º hacia el Sur. Un hecho por sí mismo de una importancia tal que
habría requerido (y requiere) una explicación urgente de las autoridades
(especialmente de las astronómicas) que no se ha verificado, cual si nadie
hubiera visto nada o lo que se ve fuera completamente normal.
Y no lo
es, claro. Nada hay de normal en esto, ni es una cuestión
baladí que los planetas o los satélites, siempre impertérritos, modifiquen su
conducta de este modo. Los planetas no se tumban 42º porque sí, sino por
influencias de otros cuerpos estelares presentes que están interactuando con el
campo electromagnético solar y terrestre, que son los que, si no hubiera esas
fuerzas ajenas, mantienen a la Tierra en su posición natural. Algo, por otra parte, coincidente con un periodo
en el que en ciertos países se están dando fenómenos
atmosféricos propios del verano (calor, coincidente con una posición
ecuatorial), los cuales se encuentran a una aproximada latitud como la de
España, como los tornados que asolan
estos días el medio-este norteamericano, como los atípicos remolinos que están apareciendo en el
Atlántico o la actividad sísmica exacerbada de los últimos días y aún la
atípica sobreexcitación coronal que está experimentando nuestra estrella.
Indicios
que bien pudieran ser síntomas de una enfermedad cuyo nombre y
consecuencias nos están escamoteando las autoridades políticas y astronómicas, pero de los que no se infiere nada precisamente
bueno, sino más bien todo lo contrario. Síntomas que coinciden en el tiempo con la
cada vez más abrumante aparición en todos los mass-media, incluidos los
televisivos de países del Lejano Oriente o de Rusia, de filmaciones de
dos soles (también en España han sido visto pocos minutos después del amanecer
y pocos minutos antes del ocaso), los cuales nada tienen que ver con montajes o con reflejos. La hipótesis Nibiru, lejos de ser un disparate propio de algunos
individuos con sus capacidades intelectivas alteradas, tal y como sugería el
sistema oficial, está convirtiéndose en una evidencia de
consecuencias imprevisibles…, o más que previsibles.
Hace
algunos meses, cuando la fiebre del cometa Elenin había
desquiciado a medio mundo, dije en esta misma columna que aquel evento había
sido usado por el sistema para desacreditar otro fenómeno que vendría después, y que ahora pueda ser que estemos comenzando a percibir,
ya sin posibilidad de engaño por parte de las autoridades porque será visible
por todo el mundo desde cualquier lugar de la Tierra en muy poco tiempo. Que el sistema quisiera agotar la resistencia de
la ciudadanía a los “fines del mundo” para que ahora no tenga crédito alguno
quien dé aviso de cuanto está sucediendo en nuestro entorno, no pretende sino mantener el orden social
hasta el último momento y evitar que el sistema mismo colapse y se desate un
caos de tal magnitud que lo que no consiguiera un fenómenos astronómico esta
magnitud lo lograra la propia conducta instintiva humana. Algunos creemos, sin embargo, que, aún en el peor
de los escenarios, de nada vale esconderse o huir porque no hay dónde o adónde,
y tal vez sea peor el remedio que la enfermedad, y que, en cualquier caso,
mejor es esperar al destino a pie firme que conducirnos como animales
irracionales: lo que tenga que suceder, que suceda, de algo hay que morir. Sin embargo, no creo que
sea para tanto. Lo que sí creo, y me
indigna soberanamente, es que veamos lo que estamos viendo y que nadie diga
nada, que las autoridades nos tomen por idiotas y no expliquen con todo detalle
cuanto saben, facultando con ello que iluminados, locos, vivales o escatólogos
hagan su agosto particular con el pánico de las ciudadanos.
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